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domingo, 25 de abril de 2010

RELATO

Es asombroso la facilidad con la que mata la gente. Y lo hacen a cualquier edad, casi desde que son capaces de levantar un arma hasta que ya casi no pueden con ella. Se ha instalado entre la sociedad una especie de rutina del crimen ( y no se ha olvidado la antigua sed de sangre ), de modo que no me sorprende que el día acabe sin un asesinato. Las muertes violentas se suceden con una naturalidad y regularidad social pasmosa. Además, se mata por cualquier cosa ( por opinar diferente ), a veces incluso por el capricho de matar. La maldad, vende más, que la bondad, y los medios audiovisuales lo saben y lo explotan. Hay como un hedor irrespirable y colectivo que empuja al sujeto y a la individua de turno, a lo que antes era extraordinario, rajarle el cuello a la vecina con un cuchillo para untar mantequilla. Los medios de comunicación han convertido el crimen en una buena excusa para la notoriedad y para que el espectador pueda evadirse durante unas horas de la dichosa monotonía y tedio existencial. El valor informativo que antes se le daba a un expediente académico de una persona, se le da ahora a sus antecedentes penales. Un ocho de media en selectividad es un mojón comparado con ocho años de talego a piñon fijo. En la cárcel sólo se desprestigian los funcionarios, como se ha visto estos días atrás. Hay que andarse fino y con ojo para elegir las compañías porque las inclinaciones criminales ya no se llevan, como antaño, en el rostro. Criminal puede ser cualquiera, incluido el médico forense que se siente a tope cuando descuartiza con saña el cadáver que examina. A veces, observo los coches que pasan por la calle y tengo la impresión de que llevan escondido un fiambre en el maletero. Y si no lo llevan en el portamaletas seguro que lo portan en la conciencia.
Cada vez es más numerosa la gente que se lava las manos mientras repone combustible en las gasolineras. Cada día se confunde más la impunidad y la higiene. Yo creo que eso es porque el remordimiento se hace más llevadero si se sabe combinarlo con el aseo. El alma está más limpia si se le suprime el mal olor. Además, la conciencia ya no es el engorro moral que era antes. Lo que le preocupa al asesino, después del crimen y de deshacerse del muerto, no es la posibilidad de haberse visto observado por el Espíritu Santo, sino el riesgo de que por no vaciar a tiempo el maletero, se le llene de moscas el coche. Uno mismo no está libre de convertirse en un criminal espontáneo... de hecho a veces escucho ruidos en el sótano del edificio donde resido y aunque estoy tentado en averiguar de que se trata, no lo hago... vaya a ser que me encuentre a mi propio cadáver maniatado....

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