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miércoles, 11 de noviembre de 2009

Ayer en la calle donde vivo, vi a un hombre durmiendo en la acera, tapado con unos cartones. En cualquier lugar del tercer mundo sería una estampa relativamente habitual, pero aquí sorprende, aunque viendo como se desarrollan los acontecimientos, no tanto. He visto a gente durmiendo en los cajeros, en la playa, en los parques, en algunos portales y en edificios abandonados, pero no era normal ver a alguien durmiendo en la acera de una calle pequeña del centro de mi ciudad. En Marruecos, lo he visto, es casi usual y cuando se pone el sol, las aceras se llenan de gentes que se disponen a pasar la noche allí. Las madres extienden un lienzo, los niños se acurrucan a un lado, luego los hombres se tienden en el otro, y al final, en el mínimo espacio que queda libre, se tienden en ellos las madres, una vez que han limpiado las escudillas de la familia o han ido a buscar agua a una fuente.

 El sujeto que dormía en la vía pública era un hombre joven. Me pregunté cuál podría ser su historia, ese cúmulo de hechos dispares que contasen su vida, como la mía...
Lo más fácil era pensar que se habría que dado sin trabajo y poco a poco se había derrumbado hasta acabar viviendo en la calle, aunque cabían otras muchas cosas, otras posibilidades...
Quizás era alguien que se había separado o que perdió su casa, o que gastó demasiado en alcohol, drogas, juegos de azar y putas, hasta que empezó a vivir en pensiones y cuando se le acabó el dinero, prefirió vivir en la calle porque no quería explicarle su historia a nadie. Hay gente orgullosa que prefiere la calle a la cama de una litera de un albergue municipal. Pero... también me pregunté que habría pasado si alguien, al ver que la vida de este ser humano se desequilibraba, hubiese tenido la suficiente valentía para darle ánimos o hablar con él.
Una sola persona que se hubiera preocupado en hacerle ver que no todo estaba perdido, tal vez con la secreta esperanza de darse también aliento ella...
-JACH-

    

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