El culturalismo dogmático es hoy un estado de espíritu de la sociedad occidental, singularmente de la europea, que en lo que aquí se llama Estado de la Nacionalidades, ha llegado al paroxismo. Constituye en gran parte una consecuencia del racismo histórico impuesto como componente esencial de la democracia según la entienden las ideologías oficiosas y oficial. Pero en él actuán otros factores: la incultura o subcultura difundida por los "medios de confusión", los sistemas "educativos" y, aunque os parezca sorprendente, la globalización. Esta última, proclamada "urbi et orbe", da apariencia de respetabilidad al culturalismo, pero infectado por la superstición igualitaria mezclada con el modo de pensamiento ideológico del que es tributario perpetuo el "pensamiento" izquierdista y, por conveniencia, oportunismo y temor, bajo la presión de aquel, el derechista, es decir, por el pensamiento politizado, degenerando hasta el punto de convertirse en una permanente fuente de odio y persecuciones. No obstante, a decir verdad, la izquierda dominante es una pseudoizquierda y la derecha sin ningún instinto de conservación una pseudoderecha. Una y otra, no son más que centro, cuyo monopolio se disputan.
Llegados a éste punto y ya sin ideas, apelan al...culturalismo dogmático.
Este dogmatismo llega a niveles esperpénticos en el ibérico ruedo, empezando por el odio a la propia patria. Destruir con cualquier pretexto todo lo que es naturalmente tradicional y nacional, "desmitificar" en nombre de la normalización cultural según un patrón "orweliano", se ha convertido en una especie de deporte en el que ya participa con gusto una mayoría del mundo. Como conscuencia de tres décadas de marear la perdiz al respecto, han crecido al menos dos generaciones de manera escéptica y desilusionada.
El resultado es que existen hoy en España dos culturas: la iconoclasta e intolerante supuestamente progresista y liberadora, y, la normal, la de toda la vida, la española, si se quiere tradicional, asentada en el sentido común que, por ahora, si no se produce una reacción, lleva las de perder, al tener en contra a los estamentos públicos que, carentes de ejemplaridad, se pliegan gustosos a las exigencias de esa postura, sobre todo cuando es alentada por los intransigentes.
El encanallamiento y desmoralización de la vida ha llegado a un punto en que la atmósfera empieza a ser insoportable.
Como los criterios morales los enuncian con prepotencia gentes criterios éticos muy "sui géneris" a las que solo les importa el poder y el dinero, la gente se siente huérfana. Corroidos el sentido común y el espíritu de veracidad y con ellos el deseo de realidad, la sociedad española está o se siente desprotegida y si materialmente siguiesen empeorando las cosas, dudo mucho del porvenir.
Es ésta una sociedad cada vez más desintegrada en la que predomina el egoísmo, y en la que proximamente, su lema será: ¡¡SÁLVESE QUIEN PUEDA!!
El resultado es que existen hoy en España dos culturas: la iconoclasta e intolerante supuestamente progresista y liberadora, y, la normal, la de toda la vida, la española, si se quiere tradicional, asentada en el sentido común que, por ahora, si no se produce una reacción, lleva las de perder, al tener en contra a los estamentos públicos que, carentes de ejemplaridad, se pliegan gustosos a las exigencias de esa postura, sobre todo cuando es alentada por los intransigentes.
El encanallamiento y desmoralización de la vida ha llegado a un punto en que la atmósfera empieza a ser insoportable.
Como los criterios morales los enuncian con prepotencia gentes criterios éticos muy "sui géneris" a las que solo les importa el poder y el dinero, la gente se siente huérfana. Corroidos el sentido común y el espíritu de veracidad y con ellos el deseo de realidad, la sociedad española está o se siente desprotegida y si materialmente siguiesen empeorando las cosas, dudo mucho del porvenir.
Es ésta una sociedad cada vez más desintegrada en la que predomina el egoísmo, y en la que proximamente, su lema será: ¡¡SÁLVESE QUIEN PUEDA!!
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