No es la moral lo único que surpimió la novela negra. Al ayuno espiritual, los clásicos del género le añadieron, un ayuno literal, una abstinencia que tiene mucho que ver con el horario que rige en la novela negra. Las historias suelen ser nocturnas y hasta altas horas de la madrugada, así que la luz solar está practicamente relegada a un lugar episódico. Y con el ostracismo de la luz diurna, la novela negra alcanzó una novedad dietética en la que conviene reparar: la supresión del desayuno. Las criaturas de la madrugada cenan a menudo, raras veces almuerzan y jamás desayunan. Un tipo duro mantendría a duras penas su mala reputación si le pillasen con un vaso de leche y definitivamente la arruinaría si también lo sorprendieran con un donut. En una novela negra como Dios manda, la leche sólo se utiliza para limpiar la sangre cuando el plasma de la víctima es tan resistente que no cede con el Bourbon. A la crítica pedante lo que le molesta es que en la novela negra no haya lugar para los personajes cultos y que e revólver le haya usurpado todo el protagonismo a la estilográfica. Es más, a menudo el protagonisa sólo compra el diario para tapar la cara, así que el periódico se convierte en una prenda de vestir. Un tipo me dijo en día en "el talego", "la cultura te vuelve reflexivo, prudente y escrupuloso, con lo cual tienes que dejar los bajos fondos y colocarte de dependiente en una mercería". A Mansour le regalaron hace un tiempo un ejemplar de "El Guardián en el centeno". No dijo nada. Se marchó a casa y metió el libro en lejía. La noche siguente se presentó en el "Café Musical" con una magnífica agenda en blanco. Y, sin pretenderlo me dió una pista sobre la esencia de la novela negra y todas las ilustraciones negras, que consiste en meter todos los murciélagos que llevo dentro en lejía para que parezcan palomas...
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