La España que veo es bien diferente a la que ve el resto. Cuando viajo, todo, a un lado y a otro, es desolación, abandono, desamparo y angustia, suciedad, poblaciones, arrabales, diseminados y suburbios que agonizan, que se extinguen, miserables, dominados por el hampa, letrinas asquerosas, fábricas abandonadas, en cuyos tejados crecen jaramagos y malas hierbas ( las mismas que admisnistran ), edificios de ladrillo renegrido con grandes ventanales de pequeños y cuadrados cristales todos y cada uno de ellos rotos por las pedradas de los perturbados, desequilibrados y chalados, que como las malas hierbas abundan por doquier. Factorías de cemento, de ladrillo, chimeneas de altos hornos... Y por dondequieras, ortigas, malvas polvorientas, basura, cochambre, porquería, mierda, inmundicias ( hasta de mortales ), balasto pringoso, y a veces, la alegría de un huerto cercado con somieres herrumbrosos y allí junto a la casilla, el fulgor de un rosal, la rosa roja, la rosa amarilla, la rosa blanca, la rosa rosa, pura contradicción en toda vida...
Y entonces esa España, vieja, sucia, cainita, hipócrita, vengativa, fea, ruidosa, escandalosa, botellonera, bodeguera, maltratada por tanto hijo de puta, parece redimirse de su presente y del pasado que le ha traido hasta él, y trata de sobrevivir en nuestros ojos su redención...
Y, sin sentir cómo, barrunto conmovedoramente lástima y algo parecido a la gratitud, pura contradicción, como yo mismo, como la vida misma, también, repitiendo como Benito Pérez Galdós; una palabra: ¡¡ MISERICORDIA !!
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