No hace mucho una polìtica de alta enjundia de esta Nación, comentó que la democracia peligraba por culpa de los " críticos y jactanciosos ". Se refería a los que descalificamos la labor del Ejecutivo y vituperamos la calamitosa gestión administrativa, política, económica y social de sus componentes.
El crítico y según ella " petulante " no quiere acabar con la democracia, sino con la partitocracia, que no es lo mismo. No vitupera a la clase política, sino a ésta clase política, que es producto de una concepción restrictiva y excluyente de la democracia. Los críticos no queremos menos democracia de la que hay, sino más. El crítico no es muy diferente al común de los y las ciudadanas, simplemente dicen en voz alta lo que los otros y otras callan o no logran expresar claramente.
El crítico y " jactancioso " según ella, piensa que el ejercicio de la política debe de cambiar por completo.
En primer lugar, es preciso eliminar el sistema de cooptación en el seno de los partidos políticos. En virtud de este mecanismo, que permite a los jefes políticos designar libremente a los candidatos, se favorece el ascenso de los sumisos, no de los capaces ( también en la mayoría de los trabajos, sobre todo de gestión pública ). La cooptación reduce la democracia interna de los partidos a la más mínima expresión. Ascienden los pelotas, los trepas, los maniobreros y los lameculos. Una vez que ocupan cargos públicos, convierten a la ciudadana y a el ciudadano en víctimas de su incompetencia o de su mediocridad; no escuchan, no calibran, no miden, no actúan con criterio, no gestionan con mesura y ponderación y no legislan con prudencia. Si surjen quejas, procuran controlarlas y desactivarlas sin atender a sus causas. Huyen de los grandes problemas porque carecen de capacidad para resolverlos.
También, en segundo término, habría que acabar con la concepción pretoriana del ejercicio de los cargos públicos e internos de las instituciones del Estado. Es frecuente nombrar, ministros, consejeros, directores, supervisores, secretarios, oficiales superiores y cargos y carguillos intermedios, que no conocen los problemas propios del área de la administración para los que han sido nombrados. Esta costumbre partitocrática, extendida, ya digo, al resto de la gestión pública, es de por sí lamentable, pero más penoso es blindar esta ignorancia con una guardia tipo " Gestapo ", de ignotos asesores nombrados a capricho. En buena lógica democrática, los consejeros deberían de ser funcionarios de carrera o profesionales cualificados. Así mismo, se deberían de hacer públicos sus nombramientos.
Por otra parte, y en tercer lugar, el político debería de cambiar de vida, es decir, prescindir de numerosos privilegios injustificables y dedicarse a sus electores. Igual que el supervisor, jefe de área, encargado o sindicalista liberado, realizar el mismo trabajo que sus compañeros, amén del de gestión y así quizás pudieran ser acreedores a las " productividades " que se meten en el bolsillo cada dos por tres. Diputados, cargos públicos, gerentes, " carguillos intermedios " se comportan hoy como una nueva nobleza ( a la que yo llamo " neopijos " ) que alardea de sus prebendas ante el " tercer estado ", para ellos, casi todos y todas, el populacho. No salen a la calle a tratar con la problemática del pueblo porque no lo necesitan; deben su cargo o carguillo al partido, no a quienes les votan. Igual que los otros se lo deben a su trayectoria de trepa y no a sus méritos profesionales, abundan, también los políticos que en sus profesiones han sido y son unas auténticas nulidades, o aquellos que no conocen otro oficio que la política.... al haber sido " captados " desde el bachillerato o la universidad...
Los críticos, jactanciosos y petulantes, creémos, en fin, que la democracia es un sistema político imperfecto cuyas imperfecciones deben ser corregidas con prudencia e inteligencia. Pero estas dos virtudes, por desgracia, brillan por su ausencia en la clase política y de gestión y administración actuales. Si las tuvieran la indicada prócer política y sus acólitos, no tendrían que preocuparse de las diatribas de los críticos, petulantes y jactanciosos. Simplemente, no existiríamos. No haría falta.
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