Las imágenes no dan, no dejan lugar a dudas. Las vemos a diario. Una y otra vez. En algunas el rescate ha sido en el mar. El buen tiempo de nuestras playas no siempre se corresponde con el de el piélago y muchas de esas pateras y cayucos vagan en la desorientación y a la deriva antes de avistar, tierra...
En unos casos zozobran y sus "navegantes" perecen, en otros el destino quiere que sean llevados a salvos al litoral, que no sanos. Sulen ser siempre hombres y mujeres jóvenes, a veces llegan algunas preñadas, otras con niños y niñas. Sus tres, cinco o siete años, dan la verdadera magnitud del infortunio... la escena, sí, es semejante a otras. Algunas con final feliz. Ninguno de los "viajeros" ha muerto, pese a que llevaban muchos días de travesía, sin agua potable, sin combustible, sin brújula, sólo con la esperanza. Los vemos arropados en mantas rojas. El púrpura, sobre piel negra, acentúa la desventura de esos rostros extenuados, sus labios cuarteados por la sed y el salitre, su mirada a merced de la conmiseración humana. La Cruz Roja, las asistentas sociales, la Guardia Civil, que los sacan de la patrullera los sostienen con delicadeza, como si temieran que pudieran rompérseles. Los dejan en el malecón y allí quedan como ánforas sobre el duro cemento, unos sentados, otros tumbados, algunos en posición fetal, estremecidos, inermes, despojados del alma, como ahogados, todos bajo sus frazadas rojas...
Mientras el teleobjetivo explora, la desolación, la tristeza y el dolor, la amargura de esas facciones... vemos a tres o cuatro pequeños, tripulantes de esa misma quimera desbaratada, quebrada. O se han repuesto ya de la odisea o la han soportado mejor. Corretean detrás de las personas que les ofrecen botellas de agua y una vez vacías les dan resueltas patadas, jugando con ellas, ríen, se la disputan a la joven voluntaria que los entretiene con improvisación solicita y afectuosa, el recreo les origina un momento de contento, dentro de tanta tribulación.
Ajenos al drama de los adultos. Su alegría es impagable, fermento que ha despertado en mí, mis sueños reventados de niñez, de mocedad, de madurez, de una película de la cual, a pesar de que, como decía Gil de Biedma, casi siempre acaba mal, puedo reconquistar la instantánea, la imagen, el retrato de un momento feliz como esas risas infantiles venidas de una mar, a veces, traidora...
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