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martes, 29 de mayo de 2012

El espectáculo de chicos y algunas chicas, con expresión estupidizada, tirados por el suelo en parques o estaciones de metro, de jeringas manchadas de sangre en fuentes públicas, portales etc., fue una estampa típica del posfranquismo, como he recordado en La Transición de cristal. El impacto de la droga fue mucho peor que el del terrorismo en cuanto que mató a miles de jóvenes o les lesionó el cerebro. Desde entonces el consumo de psicotrópicos ha aumentado, con cambios en su consumo, así el de heroína ha bajado y subido el de la cocaína, en la que, al igual que en el cannabis y drogas de diseño, tenemos el dudoso honor de ser el primer o uno de los primeros países de Europa. También ha aumentado el alcoholismo.
No especularé aquí sobre la conveniencia o no de legalizar tales sustancias, o de abaratarlas, etc. Trato el fenómeno, como en el caso del divorcio o el aborto, desde el punto de vista de la masificación de tales conductas y la salud social.
Un efecto llamativo de las drogas es su repercusión económica. Así como el aumento de la delincuencia ha generado boyantes negocios de compañías de seguridad, policías privadas, abogados, industrias de puertas blindadas, sistemas de alarma y de vigilancia, etc., antaño casi desconocidas, la droga ha impulsado negocios legales de tratamiento, rehabilitación, publicidad, con miles de especialistas en el manejo de la plaga. El dato, del mayor interés económico-moral, recuerda la fábula de Mandeville: los vicios privados hacen las virtudes públicas, dando ocupación e ingresos a numerosas personas. Para algunas de estas, la expansión de la droga (o de la delincuencia) se convierte en una bendición: por algo los ingleses declararon a China dos guerras para imponerles el consumo masivo del opio, del que los comerciantes británicos y useños extraían cuantiosas ganancias. Y de paso instalaron en China el Gibraltar de Hong Kong.
Quiero indicar sobre todo una faceta que casi nunca se toca: la actitud social hacia la droga. Cuando yo era joven, su consumo crecía con rapidez en Europa occidental, pero muy poco en España. La causa no era una supuesta mayor efectividad policial sino que socialmente, entre los jóvenes también, se consideraba el consumo de drogas como indicio de degradación personal. Fue más tarde cuando empezó a verse como un mal inevitable y hasta un hecho progresista o liberador. Debe recordarse que ciertos partidos, en especial el PSOE, jugaron un importante papel en la "desdramatización" de la droga, que tan caro han pagado miles de jóvenes y sus familias.
Finalmente, aunque ello no agota el tema ni de lejos, debe relacionarse la expansión de la droga con el fracaso o la degradación familiar vivida en estos años. A menudo los padres han dejado de ser un referente ético o educativo, y muchos jóvenes encuentran la vida normal demasiado pesada sin ayuda de psicotrópicos.
Opino que el consumo de drogas es uno de los índices más significativos de la salud o calidad de vida de una sociedad. Y la de España en este aspecto no solo es mala, sino que ha empeorado durante todos estos años.
  -Lord Lancaster-

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