El espectáculo de chicos y algunas chicas, con expresión estupidizada,
tirados por el suelo en parques o estaciones de metro, de jeringas
manchadas de sangre en fuentes públicas, portales etc., fue una estampa
típica del posfranquismo, como he recordado en La Transición de cristal.
El impacto de la droga fue mucho peor que el del terrorismo en cuanto
que mató a miles de jóvenes o les lesionó el cerebro. Desde entonces el
consumo de psicotrópicos ha aumentado, con cambios en su consumo, así el
de heroína ha bajado y subido el de la cocaína, en la que, al igual que
en el cannabis y drogas de diseño, tenemos el dudoso honor de ser el
primer o uno de los primeros países de Europa. También ha aumentado el
alcoholismo.
No especularé aquí sobre la conveniencia o no de legalizar tales
sustancias, o de abaratarlas, etc. Trato el fenómeno, como en el caso
del divorcio o el aborto, desde el punto de vista de la masificación de
tales conductas y la salud social.
Un efecto llamativo de las drogas es su repercusión económica. Así como
el aumento de la delincuencia ha generado boyantes negocios de
compañías de seguridad, policías privadas, abogados, industrias de
puertas blindadas, sistemas de alarma y de vigilancia, etc., antaño casi
desconocidas, la droga ha impulsado negocios legales de tratamiento,
rehabilitación, publicidad, con miles de especialistas en el manejo de
la plaga. El dato, del mayor interés económico-moral, recuerda la fábula
de Mandeville: los vicios privados hacen las virtudes públicas, dando
ocupación e ingresos a numerosas personas. Para algunas de estas, la
expansión de la droga (o de la delincuencia) se convierte en una
bendición: por algo los ingleses declararon a China dos guerras para
imponerles el consumo masivo del opio, del que los comerciantes
británicos y useños extraían cuantiosas ganancias. Y de paso instalaron
en China el Gibraltar de Hong Kong.
Quiero indicar sobre todo una faceta que casi nunca se toca: la actitud
social hacia la droga. Cuando yo era joven, su consumo crecía con
rapidez en Europa occidental, pero muy poco en España. La causa no era
una supuesta mayor efectividad policial sino que socialmente, entre los
jóvenes también, se consideraba el consumo de drogas como indicio de
degradación personal. Fue más tarde cuando empezó a verse como un mal
inevitable y hasta un hecho progresista o liberador. Debe recordarse que
ciertos partidos, en especial el PSOE, jugaron un importante papel en
la "desdramatización" de la droga, que tan caro han pagado miles de
jóvenes y sus familias.
Finalmente, aunque ello no agota el tema ni de lejos, debe relacionarse
la expansión de la droga con el fracaso o la degradación familiar
vivida en estos años. A menudo los padres han dejado de ser un referente
ético o educativo, y muchos jóvenes encuentran la vida normal demasiado
pesada sin ayuda de psicotrópicos.
Opino que el consumo de drogas es uno de los índices más significativos
de la salud o calidad de vida de una sociedad. Y la de España en este
aspecto no solo es mala, sino que ha empeorado durante todos estos años.
-Lord Lancaster-
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