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jueves, 22 de septiembre de 2011

NAUFRAGIO

Los marineros de la antigüedad preferían no aprender a nadar para así, en caso de naufragio, no prolongar dolorosamente su agonía. Mejor morir de golpe que confiar en el milagro de la salvación. Mejor irse al fondo con rapidez, para abrazarse a los corales, a los tesoros enterrados en el limo o a los espectros de naúfragos pretéritos, que aferrarse a una superficie inestable, enfurecida e inmisericorde. En muchas ocasiones, la muerte es mejor amiga de los vivos que la vida: porque la muerte, tan seria y rigurosa, pone en su sitio a la frívola vida ( dándole a los vivos un fundamento, una razón de ser, que la vida sistemáticamente les niega ), y porque la muerte propone horizontes claros, ese final ineludible del que es portadora, mientras la vida es toda ella niebla, contradicciones, callejones sin salida, prostitución, errores o sinsentidos. Los nautas de la antigüedad no querían morir ( y por ello azotaban con látigos al mar para castigarle por la osadía de alzar sus olas gigantescas contra sus naos o le ofrecían víctimas propiciatorias ), pero si la muerte se presentaba de golpe en forma naufragio tampoco querían demorarse en vanas esperanzas de sobrevivencia.
El filósofo Kant pensó en varias ocasiones en el problema moral de un naúfrago que le robaba la tabla a otro naúfrago y, así, salvarse él a costa de este segundo. ¿ Estaba legitimado para hacerlo por estar su vida en peligro ? ¿ Tenía la ley que perseguir a quien hacía eso o exculparle por haber cedido a un insuperable y universal instinto de supervivencia ? Un contemporáneo suyo, Hebbel, le apostillaba poéticamente que el naúfrago amaba la tabla a la que se asía, a la que estaba abrazado como si en vez de un trozo de madera fuera su amante. ¿ Podría entonces, arrebatarte otro desamparado el cuerpo de la querida sin atentar contra una ley humana superior a los ordenamientos jurídicos: el amor ?
Los marinos de antaño, Kant y Hebbel, así como decenas de otros pensadores y autores, hablan de manera metafórica pero no menos directa y real, de la crisis mundial que se padece. Porque nuestro modelo de sociedad occidental, el mundo, hace aguas por todas partes ( es una nave que naufraga, zozobra ) y, sin embargo, hijos como somos de la modernidad, usamos nuestras habilidades natatorias para bracear angustiosamente sobre la superficie de un océano embravecido y alocado. Hoy en día todos sabemos nadar y nos enorgullecemos de ello, pero ni hemos aprendido a guardar la ropa, que nos roban por sistema ( que nos " manga " el Sistema ), ni tenemos la menor de las posibilidades de subsistir a los embates de un tifón económico, ético, moral y social que gira desatado sobre nosotros destrozándolo casi todo.
Como sabemos nadar, en efecto, retrasamos algo la debacle, nuestra visita a los abismos, no como turistas sino como residentes definitivos, pero el apocalípsis está ahí, a la vuelta de la esquina. Quizás se salven los ricos, por más impuestos sobre el patrimonio que les obliguen a tributar ( y que muchos evitaran por tener sus fortunas en paraísos fiscales o sociedades opacas ), y los poderosos en general, incluídos narcotraficantes, etc., que van en yates repletos de putas de lujo, pero no los tristes mortales que como mucho podemos comprarnos una patera.
El problema del que sabe nadar es que no puede renunciar a ese saber, ahora tan inútil e inane. Inútil al menos, mientras esos que van en yates y viajan todos los años de aquí a acullá no nos roben, más por diversión y odio que por necesidad, las frágiles tablas que nos sostienen mientras aprenden el arte de degustar nuestros cadáveres con las mil y una salsas de sus pervertidas imaginaciones...
-FITZGERALD-    

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