Parece que la vida, después de irla viviendo, sufriendo, penando y al final aceptando y bailando con los lobas y lobos, nos enseña que todo tipo de convivencia pasa por ENTENDER. ¿ Pero, cómo se entiende si antes no se escucha ?
Hay muchos oídos y poca escucha. Escuchar es abrir nuestras ventanas internas dejando de lado los preconceptos o prejuicios. Escuchar no es tratar de que lo que oímos esté por cojones en consonancia con nuestros conceptos, ideas, ideologías y nuestro yo más íntimo. Sí.... aunque nos cueste asumirlo, hay que entender que los seres humanos somos variopintos, y es en esa diferencia donde reside la exuberancia. ¿ Dónde, pues, está la asignatura que nos enseñe a entender, a discernir, a comprender, a asimilar, a sentir, a saber, a juzgar, a inferir, a interpretar, a opinar, a coexistir, a pensar, a creer e intuir ?
Somos peor que los animales tratando de sobrevivir, subsistir en un mundo que ya de por sí en desde sus principios ya era complejo. Estamos cargados de miedos, expectativas, sed de venganza, ganas de ser más que los demás, de soberbia, vanidad, de altivez, altanería, jactancia, fatuidad, de impertinencias, de inmodestias, de endiosamientos, de ínfulas, de pedantería y arrogancia. Creamos perfiles de metacrilato, con el único objetivo de ser aceptados dentro de un entorno que nos interesa para nuestros ruines fines y que se rige por modelos relamidos que basan sus existencias en el éxito individual y egocentrista, en lugar de afianzarnos en nuestro ego y en comprender las diferencias.
Sólo escuchando de verdad y la verdad, llegaremos a la conclusión de que, al final, todos buscamos lo mismo: ser comprendidos.
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