Piensan los españoles que la crisis económica afecta a otros y sienten peor el ambiente que la situación personal. A los demás les va peor.
No es éste un país que se arredre ante las dificultades. Por mucho que nos quejemos (y, lo hacemos a todas horas, en el bar, en el trabajo, en la cola...), nuestra personalidad se ha forjado, entre pobreza, ingenio y mala vida. De hecho, el ciudadano medio se siente algo a disgusto cuando las cosas le van realmente bien: existen más supersticiones en éste país respecto al dinero que respecto al sexo. Se oculta, o se derrocha. Se aprovecha para algo inútil, ese capricho que nadie puede entender o heredar. Los premios de la lotería se invierten en lo más necesario, con urgencia, o, por el contrario, se deja ir en repartos, como si en lugar de una bendición, se tuviera un cierto castigo divino. Quizá sea una reacción a la envidia, que se adhiere, pegajosa, a la buena suerte de los demás.
El dinero se ha asociado siempre a la comida, y sobre todo, a la ingesta de carne. Los hidalgos contemporáneos, cuando algo les va bien, comen jamón del bueno, con el miedo de que pronto los chinos nos dejen sin él y la ansiedad de quien ha visto limitado los placeres de la vida.
Malas noticias para la cultura, porque todos los estudios indican que si la psicosis de crisis sigue calando, se seguirá comiendo bien, ahogando las penas en el buen yantar y el beber que se pueda permitir cada uno, recortándose en seco los gastos en otro tipo de ociosidad: mientras el comer consuela, un libro, un espectáculo, el cine o un viaje, distraen por un rato.
La mente engaña al estómago, pero este vence sobre todas las cosas. La huella genética del hambre se arrastra por generaciones.
Con la crisis del miedo y restricciones los "clientes" (raza indómita) no invierten, no compran, no acuden a los espectáculos...
Para cuando las carteras se abran de nuevo y se compren "cosas", las hormigas listas habrán vivido una renovación de estilo, de estética, de vida "tal y cual", y de nuevo se podrá hablar de resurgimiento.
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