PSOE., la otra cara de la libertad
No admite discusión alguna: Debacle absoluta, histórica, sin paliativos, del partido socialista en unas elecciones. Sólo el feudo subvencionado de Extremadura podría permanecer como el lamentable símbolo icónico de una forma de ser y de gobernar, de vivir y de hacer, de pensar y de alterar conciencias, que los electores han rechazado sin contemplaciones, con una patada directa y certera en el culo de los socialistas españoles. Pocos podrían imaginar al PSOE reducido a partidito marginal, a un oximonon residual aferrado a la caspa extremeña. Ha sido también un garrotazo directo a todos esos ministros y a todas esas ministras obstinados en reverdecer las políticas de odio que nos condujeron a la ya conocida contienda civil. Ha sido también un castigo ejemplar contra la política hecha sevicia y contra todas esas normas concebidas para corromper lo mejor de nuestra condición humana y dividir a los españoles. Ha sido un fantástico crochet al mentón de los socialistas por tantas cosas que me sería muy difícil enumerarlas todas juntas. Pero sobre todo, ha sido un voto de castigo por la forma que ha tenido el Gobierno de gestionar la crisis más que por la existencia misma de la crisis.
La democracia busca la participación de todos los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica –cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia , N.º 406–. No es fácil respetar y vivir esa democracia, sobre todo con bacilos tan perniciosos como Pepiño, Bibiana, Rubalcaba o Leire. Una auténtica democracia es posible solamente sobre la base de una recta concepción de la persona humana.
La democracia no es una concepción de la vida ajena a los valores, que son fundamentales y globales, y entrañan una fraternidad universal. Cuando esos valores se desintegran, la propia democracia entra en una profunda crisis de identidad. La Constitución de 1.978, a diferencia de la norteamericana, se edificó sobre valores que fueron negociados y otros aún más genuinos que simplemente han sido desde entonces ignorados o relegados.
Una auténtica democracia, como la que el PSOE no quiso nunca defender, no es solo resultado de un respeto formal a las reglas, sino el fruto de una aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona, el respeto de los derechos de cada español a proclamar y defender su identidad en cualquier parte de nuestro territorio nacional, la asunción del “bien común” como fin y criterio regulador de la vida política. Al faltar el consenso general de estos valores entre los socialistas, España ha perdido el significado de la democracia y se ha llegado incluso a comprometer su estabilidad.
También es hora de que unos y otros, en la derrota y en la victoria, reflexionen sobre algunas lecturas que nos deja estas elecciones. Se pone cada día más de manifiesto la creciente distancia entre administrados y administradores. Entre las deformaciones del sistema democrático español, la corrupción política es una de las más graves porque traiciona al mismo tiempo los principios de la moral y las normas de la justicia, compromete el correcto funcionamiento del Estado, influye negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados e introduce una creciente desconfianza respecto a las instituciones públicas. La corrupción, por desgracia, se ha generalizado sin tasa en prácticamente todos los estamentos dependientes del poder político, a tal fin que la política ha sido concebida como un medio de vida y no como un instrumento eficaz de gestión.
Tampoco nuestra democracia ha hallado ni tenido voluntad de encontrar fórmulas que permitan la participación real y efectiva de la sociedad civil en los asuntos que le conciernen. Relegada al papel de mera comparsa, la sociedad civil española ha tenido prácticamente imposible sacar adelante cualquier propuesta o idea si no es a través de los férreos cauces de los partidos tradicionales. Ser todos activos, en la democracia, significa dar un cauce de expresión a las propias facultades y talentos, a la multiplicidad de dones que posee cada ser humano, en grados diversos, sin que la adhesión a un partido o a una consigna termine siendo lo único importante. Una democracia participativa busca que todos sus ciudadanos cooperen positivamente al desarrollo del bien común, desde los niveles más humildes hasta las más altas esferas sociales, con un espíritu de fraternidad. La democracia no concuerda ni con la tiranía de los partidos ni con la falta de atención de éstos a otras ideas y otros intereses que no sean los que sus líderes defienden.
Pero de todas las carencias y limitaciones de nuestra democracia, ninguna como la provocada por esa criatura monstruosa, contraria a natura, que está introduciendo en España todos los gérmenes de la fragmentación y el tribalismo. No lo digo yo, el mismísimo Peces-Barbas, padre de la Constitución, también lo reconoció en uno de sus extrañísimos arrebatos de sinceridad: De las autonomías de 1.978 hemos pasado a unas reformas estatutarias caracterizadas por tres principios: improvisación, debilidad del Estado y deseo de unas comunidades de ser más iguales que otras.
La presencia ahora de Bildu en las instituciones (otro papelón socialista) avala nuestras dudas. Nunca se debió negociar la apertura para España de un régimen autonómico sin antes haber definido y afirmado del modo más contundente la esfera de las competencias que un Estado soberano no puede negar o compartir sin renegar de su propia esencia. El principio de las autonomías ha sido siempre un poderoso factor de debilitación de los Estados unitarios –unitarismo no quiere decir uniformismo- a base de forzar particularismos internos o limítrofes, aspirantes a una soberanía propia. La Historia lo ha demostrado con ejemplos concluyentes, del que tal vez, el de la antigua Yugoslavia sea el más reciente.
Con la complicidad por acción u omisión de casi todos, incluida la representación de la más alta magistratura de la nación, los ardides independentistas y el enfrentamiento con el Estado no se encubren, llegándose a extremos tan grotescos como el del Honorable Artur Mas desafiando a ese mismo Estado del que emana toda su legimitidad política.
Ante la puesta en cuestión del sistema partitocrático, las voces más dispares en su ideología claman estérilmente. Sorprende que los ‘indignados’ de Sol no hayan criticado el apoyo hipotecado que los nacionalistas han prestada a los distintos gobiernos nacionales para que el interés nacional quedase supeditado al de unos pocos. Sembrar la semilla de la desunión entre las regiones y los hombres de España, despertando en ellos dormidas apetencias o fomentando las nuevas, es una de las más grandes responsabilidades que el Gobierno Zapatero, con el apoyo tácito del PP, asume frente a la Historia. El lamentable planteamiento que nuestros legisladores han hecho de unas realidades nacionales que solo existen en sus cabezas, generalizándolas sin tasa en pueblos como Andalucía, descalifica por completo la prudencia política y la amplitud de miras de las que presumen algunas formaciones.
La consumación de esta gran farsa histórica se encuentra privada de cualquier derecho, ya que la responsabilidad rechazada es solo la otra cara de la libertad. Justo lo que representa y ha representado siempre el partido socialista, tan severa como justamente castigado en las urnas.
-Lord Voldemort-
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